Diseño emocional

 “Cuando el placer se manifiesta en el producto estético este se ve reforzado por el conocimiento y es más fácil de utilizar, funciona mejor que el feo, y, además, perdurará más en el tiempo.”



Diseño emocional define la continuidad lógica a la que se enfrentan los productos, es decir, si hacemos un repaso a la historia del diseño podremos observar su evolución.

En la revolución industrial, se partió de unos productos con líneas claramente industriales, en los que gran parte de la preocupación del diseño se destinaba a su producción industrial sin tener en cuenta otros aspectos.

Tras una etapa de gran fijación en la parte formal, apareció en escena el gran protagonista: el usuario. Entonces entraron a formar parte del diseño estudios ergonómicos y otras herramientas que permitían cubrir ciertas áreas en el estudio de la relación hombre-máquina, pero siempre a un nivel físico.

Posteriormente, siguió dándose importancia al usuario. Fueron estudiados su comportamiento, costumbres, manías y preferencias a la hora de elegir un producto. Junto a esto, llegó el momento de empezar a cuestionarse como podían aplicarse los diferentes conocimientos adquiridos y de qué modo podrían adaptarse para llegar más al usuario. Analizando las reacciones más viscerales, se aplicó en: publicidad, posicionamiento del producto en los diferentes nichos y otros muchos campos y niveles de desarrollo del proyecto.

Aquí es cuando se llega al punto de inflexión. Nos encontramos con un mercado globalizado, que pide a gritos diferenciación y nos plantea (cómo si de una publicidad de Roca se tratara) ¿ahora qué?

Pues es el momento de llegar a ofrecerle al usuario un diseño que, sin dejar a un lado todo lo que ha evolucionado en su historia, sea cercano y se preocupe, reaccione e interactúe con la parte más personal de cada uno. Cada vez más los productos dejan de ser meros objetos para pasar a expresar y acompañar momentos y sensaciones y, si bien es cierto que muchos productos lo han conseguido a lo largo de estos años, es ahora cuando disponemos de las herramientas necesarias para hacerlo siguiendo una metodología que permita conseguir esta meta de un modo más objetivo.

Pienso que se puede llegar a disminuir la agresividad que pueden producir los productos en sí, por el mero hecho de existir. Apostando por la transformación desde la visión de un objeto como tal a la del producto como componente del espacio. En este “mundo ideal del objeto” encontraremos productos que cumplirán sus funciones a la perfección sin perturbar o perturbando lo mínimo al usuario; se perderá la perspectiva de la silla física para asumir la esencia del sentarse.

En conclusión: cada vez se ha enfocado más el diseño hacia el usuario. Se ha pasado del macro entorno del producto industrial a la búsqueda de la mínima expresión en las reacciones que produce un objeto en el consumidor, al estudio de la emoción, positiva o no, que le produce.

En la revolución industrial, se partió de unos productos con líneas claramente industriales, en los que gran parte de la preocupación del diseño se destinaba a su producción industrial sin tener en cuenta otros aspectos.

Tras una etapa de gran fijación en la parte formal, apareció en escena el gran protagonista: el usuario. Entonces entraron a formar parte del diseño estudios ergonómicos y otras herramientas que permitían cubrir ciertas áreas en el estudio de la relación hombre-máquina, pero siempre a un nivel físico.

Posteriormente, siguió dándose importancia al usuario. Fueron estudiados su comportamiento, costumbres, manías y preferencias a la hora de elegir un producto. Junto a esto, llegó el momento de empezar a cuestionarse como podían aplicarse los diferentes conocimientos adquiridos y de qué modo podrían adaptarse para llegar más al usuario. Analizando las reacciones más viscerales, se aplicó en: publicidad, posicionamiento del producto en los diferentes nichos y otros muchos campos y niveles de desarrollo del proyecto.

Aquí es cuando se llega al punto de inflexión. Nos encontramos con un mercado globalizado, que pide a gritos diferenciación y nos plantea (cómo si de una publicidad de Roca se tratara) ¿ahora qué?

Pues es el momento de llegar a ofrecerle al usuario un diseño que, sin dejar a un lado todo lo que ha evolucionado en su historia, sea cercano y se preocupe, reaccione e interactúe con la parte más personal de cada uno. Cada vez más los productos dejan de ser meros objetos para pasar a expresar y acompañar momentos y sensaciones y, si bien es cierto que muchos productos lo han conseguido a lo largo de estos años, es ahora cuando disponemos de las herramientas necesarias para hacerlo siguiendo una metodología que permita conseguir esta meta de un modo más objetivo.

Pienso que se puede llegar a disminuir la agresividad que pueden producir los productos en sí, por el mero hecho de existir. Apostando por la transformación desde la visión de un objeto como tal a la del producto como componente del espacio. En este “mundo ideal del objeto” encontraremos productos que cumplirán sus funciones a la perfección sin perturbar o perturbando lo mínimo al usuario; se perderá la perspectiva de la silla física para asumir la esencia del sentarse.

En conclusión: cada vez se ha enfocado más el diseño hacia el usuario. Se ha pasado del macro entorno del producto industrial a la búsqueda de la mínima expresión en las reacciones que produce un objeto en el consumidor, al estudio de la emoción, positiva o no, que le produce.